—Buenas tardes.
—Buenas tardes.
—Disculpa, me permites, ¿puedo pasar? —dijo educadamente la Sra. Antonia.
—Por supuesto, faltaría más—respondió Carmen.
—Muchas gracias maja, creí que perdía el tren—dijo la Sra. Antonia—. Menuda carrera, estoy agotada.
—¿Cuál es su destino? —preguntó muy interesada Carmen
—Yo voy a Alicante —dijo ella—. ¿Y tú guapa?
—Yo también —afirmó Carmen.
Todo el mundo se sienta y comienza el trayecto.
—Bueno, yo me llamo Antonia, ¿y tú?.
—Yo Carmen. Bueno, ahora ya puede usted relajarse.
—Si hija sí, los años no perdonan, ya lo verás —responde rendida la Sra. Antonia —. De joven se puede con todo, pero cuando te haces mayor… no tienes las mismas fuerzas.
—Bueno, bueno, ¡si usted no es tan mayor!
—Pues aunque no lo parezca, tengo 75 años.
—Pues nadie lo diría, está usted estupenda —dice sorprendida Carmen —. Aparenta como mucho 65 años, no más.
—Si hija sí, pero los 75 no me los quita nadie. Y tú, ¿cuántos años tienes? —pregunta la Sra. Antonia.
—Yo tengo 20 años.
—Quien los pillara, y sobre todo en esta época, que tenéis mas libertad que en la nuestra. Nosotros no salíamos del pueblo nunca, como mucho nos llevaban alguna vez a la capital, pero eso era algo excepcional.
—Eso mismo me dice siempre mi abuela. Mi abuela tiene los mismos años que usted, y la verdad es que también se conserva muy bien, está todo el día de un lado para otro, tan pronto está en el pueblo, como en Valladolid, como en Benidorm.
—Pues que bien que estén así—dijo la Sra. Antonia.—Bueno, simpática, estamos llegando a Alicante, tanto hemos hablado que se nos ha hecho el camino bien corto.
—Pues si, ya estamos llegando.
—Adiós Antonia. A lo mejor otro día volvemos a coincidir —dijo Carmen.
Se despidieron y cada una continuó su camino.
—Quien sabe hija, igual un día coincidimos en la estación.
—Pues si, quien sabe, bueno ha sido un placer conocerla.
—El placer ha sido mío —dijo la Sra. Antonia —. Anda guapa, dame un beso.
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